Psicóloga Deportiva Liza Portalanza
Amor Incondicional
No importa que tan atrás busque en mi memoria sólo tengo recuerdos de estar jugando algún deporte el fin de semana y en familia. Fútbol, béisbol, volley, natación, esquí o cualquier otra disciplina. Con primos y casi primos, todos con nuestros padres, un grupo de amigos entrañables que se conocieron y fijaron su amistad mientras practicaban béisbol en equipos locales y selecciones nacionales. Ahora pasaban esa pasión a su siguiente generación.
Además del deporte recreativo aprendí a respetar y amar el deporte formativo y competitivo a base de acompañamiento, apoyo y experiencias.Sin duda la más significativa fue mi primer (y único) triatlón, pues creo que fue cuando confirme esto.
Yo entrenaba natación, un día me llamaron y me dijeron: - Te inscribieron para el intercolegial de triatlón, es el próximo sábado debes ir a la piscina olímpica a las 7 am. Tienes bicicleta?. - Yo respondí: Si. – Ok, tienes que llevarla.
Por razones de salud esa semana no entrené y llegue a la competencia el día sábado a la hora citada con mi bici como me habían dicho. Al llegar me explicaron cómo se correría y cuantas vuelta daría en cada modalidad (nunca me lo dijeron en kms). Me dijeron cómo debía dejar mi ropa y zapatos listos para el cambio de agua a tierra.
Dieron la largada tocaban 100 mts nadando, yo acostumbrada a hacer piques de 25 y 50 mts, recuerdo haber salido casi muerta de esos 100. Luego venía la bici. No se cuantas vueltas al complejo, como era algo que me gustaba y disfrutaba pensé: bueno, acá recupero las fuerzas, recuerdo haber pedaleado sin problemas. Luego el aviso para entrar a pista, ahí venía el problema, tenía la creencia de ser muy mala para correr, pero, tocaba. Así que me bajé de la bici "al vuelo" y mi papá estaba esperándome. Aún rodando se la entregue y entre a correr. Creo que debíamos correr cinco vueltas a la pista no lo recuerdo con certeza, lo que si recuerdo es que faltando dos mi nivel de cansancio era tal que baje el ritmo y empecé a parar, miré hacia el frente veía nublado, puntos morados en el cielo, cuando escuché la voz de mi papá al lado que me dijo: dale, ya te falta poco, - le dije: no puedo, me contestó: si puedes sólo dale, vamos y empezó a correr a mi lado. Yo casi con los ojos cerrados seguí corriendo sabiendo que él venía conmigo, solo lo escuchaba decir: dale, vamos, dale, vamos. Yo seguía avanzando por inercia. Hasta que lo escuché decir: ya, terminaste. Y me desplome en el césped del centro de la pista atlética.
Al día siguiente leí en el periódico que había terminado la prueba no recuerdo el puesto exacto, algo entre el 5 y el 10.
Es por esto que puedo asegurar: aprendí a querer el deporte con amor incondicional, como el que sólo puede darte tu papá.
Feliz día a todos los padres que enseñan y acompañan a sus hijos en ese enamoramiento eterno con lo mejor, el deporte.
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